Autobibliografía es una sección que trata sobre los libros que han tenido alguna función formativa para mí. De una forma u otra han sido libros de importancia.

Un Sombrero lleno de Cielo: ¿Quién le dice a los montes quiénes son?

Autor: Terry Pratchett

Terry Pratchett es otra historia. La selección de sólo uno de sus libros no es simple, pero creo haber elegido bien. Este es uno de los libros más profundos, memorables, emocionantes y divertidos de la serie de Mundodisco. Desarrolla la historia de Tiffany Aching, quien se enfrentó a la reina de las hadas armada sólo con un sartén de hierro. Al morir su abuela materna, Tiffany Aching parte en un viaje a servir a una bruja: esto es parte de su entenamiento como tal.
En este libro el antagonista es un Hiver, una suerte de elemental que va absorbiendo animales y personas en su intento por llegar a ser conciente. Pues bien, este Hiver se encapricha con Tiffany y llega a poseerla, pero Tiffany se zafa de una forma u otra y debe cerrar lo que comenzó enseñándole al Hiver lo que es la muerte, y volver.
Entre medio están los personajes usuales y otros inusuales. Está Esmerelda Weatherwax, por desgracia no está Nanny Ogg y con gran deleite mío están los wee free men (pequeños hombres libres.) Son literalmente para llorar de la risa, o al menos yo lo hago. Hay pocas cosas que me dan ataque de risa: Les Luthiers, Mortadelo y Filemón, y Terry Pratchett son algunas de ellas.

Circunstancias del libro

Descargado de Internet como libro electrónico. Pratchett básicamente llama a Pratchett.

Lecturas asociadas

Al margen de todos los otros libros de Mundodisco, Un Sombrero lleno de Cielo, llama a Los Pequeños Hombres Libres y Vestiré de Medianoche, respectivamente las obras precedente y siguiente a la obra que nos ocupa. Ambas excelentes. Las tres tratan de Tiffany Aching (o Tiffany Doliente en la traducción), las brujas, y los divertidísimos Nac Mac Feegle.

Citas

Gran parte de la gracia del libro versa sobre quiénes son y qué hacen las brujas. Más que una gran cita, aquí va una serie de citas cortas.

“Las brujas eran un poco como gatos. No les gustaba mucho la compañía de las otras, pero sí les gustaba saber dónde estaban todas las otras, para el caso de que las necesitaran. Y podías necesitarlas para que te dijeran, como amigas, que estabas empezando a chochear.
Las brujas no tenían mucho miedo, le había dicho la Srta. Tick, pero lo que temían las poderosas, incluso si no hablaban de ello, era lo que llamaban ‘ir hacia el mal’. Era demasiado fácil deslizarte a pequeñas crueldades descuidadas porque tenías poder y las otras personas no, demasiado fácil pensar que las otras personas no importaban mucho, demasiado fácil pensar que ideas como el bien y el mal no se aplicaban a ti. Al final de ese camino estabas babeando y chocheando completamente sola en una casa de jengibre, dejándote crecer verrugas sobre la nariz. Las brujas tenían que saber que otras brujas las estaban observando.”

Otra sobre las brujas:

Sin embargo, Tiffany descubrió que había más que tareas e investigación. Había lo que la Srta. Level llamó ‘llenar lo que está vacío y vaciar lo que está lleno’.
Generalmente sólo uno de los cuerpos de la Srta. Level salía cada vez. Las personas pensaban que la Srta. Level era gemela, y ella se aseguraba que continuaran creyéndolo, pero encontraba un poco más seguro mantener los cuerpos apartados. Tiffany podía ver por qué. Sólo tenías que observar a ambas Srtas. Level cuando estaba comiendo. Los cuerpos se pasaban platos sin decir nada, a veces comía del tenedor de la otra, y era algo extraño ver que una persona eructaba y que la otra decía ‘Oops, perdona’.
‘Llenar lo que está vacío y vaciar lo que está lleno’ significaba pasear por los pueblos cercanos y las granjas aisladas y, principalmente, hacer medicina. Siempre había vendas que cambiar o mujeres embarazadas con quienes hablar. Las brujas hacían mucha obstetricia, que es una especie de ‘vaciar lo que está lleno’, pero la Srta. Level, usando su sombrero puntiagudo, sólo tenía que aparecer en una cabaña para que otras personas vinieran de visita repentinamente, por total accidente. Y sucedía un horroroso montón de chismes y té. La Srta. Level se movía en un mundo retorcido y bullente de chismes, aunque Tiffany notó que recogía mucho más de lo que decía.
Parecía ser un mundo formado completamente por mujeres, pero ocasionalmente, afuera en el camino, un hombre comenzaba una conversación sobre el clima y de algún modo, por alguna clase de clave, le era entregado un ungüento o una poción.
Tiffany no podía descubrir cómo le pagaban a la Srta. Level. Indudablemente la canasta que llevaba se llenaba más de lo que se vaciaba. Pasaban cerca de una cabaña y una mujer salía con un pan recién horneado o un pote de encurtidos, aunque la Srta. Level no había parado allí. Pero pasaban una hora en algún otro lugar, suturando la pierna de un granjero descuidado con el hacha, y recibían una taza de té y un bollo pasado. No le parecía justo.
—Oh, se nivela —dijo la Srta. Level mientras caminaban por el bosque—. Haces lo que puedes. Las personas dan lo que pueden, cuando pueden. El viejo Slapwick de ahí, el de la pierna, es tan mezquino como un gato, pero habrá un gran corte de carne sobre mi umbral antes del fin de semana, puedes apostarlo. Su esposa se asegurará de eso. Y muy pronto las personas estarán matando a sus cerdos para el invierno, y recibiré más carne de cerdo, jamón, tocino y salchichas que lo que una familia podría comer en un año.
—¿De veras? ¿Qué hace con toda esa comida?
—Almacenarla —dijo la Srta. Level.
—Pero usted…
—La almaceno en otras personas. Es asombroso lo que puedes guardar en otras personas. —La Srta. Level se rió de la expresión de Tiffany—. Quiero decir, llevo lo que no necesito a aquellos que no tienen un cerdo, o quien está sufriendo un mal momento, o que no tienen a nadie que los recuerde.
—¡Pero eso significa que le deberán un favor a usted!
—¡Correcto! Y exactamente así sigue girando. Todo resuelto.
—Apuesto a que algunas personas son demasiado avaras para pagar…
—No pagar —dijo la Srta. Level dijo, severamente—. Una bruja nunca espera pago y nunca lo pide, y sólo desea nunca tener que hacerlo. Pero, desgraciadamente, tienes razón.
—¿Y entonces, ¿qué ocurre?
—¿Qué quieres decir?
—Deja de ayudarlos, ¿verdad?
—Oh, no —dijo la Srta. Level, realmente escandalizada—. No dejas de ayudar a las personas sólo porque son estúpidas u olvidadizas o desagradables. Todos son pobres por aquí. Si no los ayudo, ¿quién lo hará?
—Yaya Doliente… o sea, mi abuela dijo que alguien tiene que hablar por los que no tienen voz —dijo Tiffany después de un momento.
—¿Era una bruja?
—No estoy segura —dijo Tiffany—. Creo que sí, pero no sabía que lo era. Principalmente vivía sola en una vieja cabaña rodante arriba en las lomadas.
—No chocheaba, ¿verdad? —dijo la Srta. Level, y cuando vio la expresión de Tiffany dijo apresuradamente—: Lo siento, lo siento. Pero puede ocurrir, cuando eres una bruja y no lo sabes. Eres como una embarcación sin timón. Pero obviamente no era así, puedo verlo.
—¡Vivía en las colinas y les hablaba y sabía más sobre ovejas que nadie! —dijo Tiffany acaloradamente.
—Estoy segura de que lo hacía, estoy segura de que lo hacía…
—¡Nunca carcajeaba!
—Bueno, bueno —dijo la Srta. Level con dulzura—. ¿Era hábil en medicina?
Tiffany vaciló.
—Hum… solamente con las ovejas —dijo, calmándose—. Pero era muy buena. Especialmente si involucraba trementina. Principalmente si involucraba trementina, en realidad. Pero ella siempre… estaba… justo… allí. Incluso cuando en realidad no estuviera allí.
—Sí —dijo la Srta. Level.
—¿Sabe qué quiero decir? —dijo Tiffany.
—Oh, sí —dijo la Srta. Level—. Tu Yaya Doliente vivía abajo en las tierras altas…
—No, arriba en las tierras bajas —la corrigió Tiffany.
—Lo siento, arriba en las tierras bajas, con las ovejas, pero las personas a veces levantaban la mirada, hacia las colinas, sabiendo que ella estaba ahí en algún lugar, y se decían ‘¿Qué haría Yaya Doliente?’, o ‘¿Qué diría Yaya Doliente si se enterara?’, o ‘Éste es el tipo de cosas por la que Yaya Doliente se pondría furiosa’ —dijo la Srta. Level—. ¿Sí?
Tiffany estrechó los ojos. Era verdad. Recordó cuando Yaya Doliente golpeó a un vendedor ambulante que había sobrecargado a su burro y lo estaba azotando. Habitualmente Yaya sólo usaba palabras, y no muchas. El hombre se sintió tan asustado por su repentina furia que se quedó parado allí y lo soportó.
También había asustado a Tiffany. Yaya, que rara vez decía algo sin pensarlo durante diez minutos, había golpeado dos veces la cara del desgraciado hombre en un breve borrón de movimiento. Y entonces la noticia había circulado, a todo lo largo de la Creta. Durante un tiempo, por lo menos, las personas fueron un poco más amables con sus animales… Durante meses después de ese momento con el vendedor ambulante, los carreros, vaqueros y granjeros a todo lo ancho de las lomadas vacilaban antes de levantar un látigo o un palo, y pensaban: ¿Supongamos que Yaya Doliente está observando?
Pero…
—¿Cómo lo supo? —dijo.
—Oh, adiviné. Me suena a una bruja, sin importar lo que ella pensaba que era. Una buena, también. —Tiffany se infló con orgullo heredado—. ¿Ayudaba a las personas? —añadió la Srta. Level.
El orgullo se desinfló un poco. La respuesta inmediata ‘sí’ saltaba en su lengua, y sin embargo… Yaya Doliente casi nunca bajaba de las colinas, excepto para la Vigilia del Puerco y los partos tempranos. Rara vez la veías en el pueblo a menos que el buhonero que vendía el tabaco Jolly Sailor llegara tarde en su ronda y en tal caso bajaría presurosa en una ráfaga de faldas negras grasientas para gorronear una fumada de pipa a uno de los ancianos.
Pero no había una persona en la Creta, desde el Barón hacia abajo, que no le debiera algo a Yaya. Y lo que le debían, se los hacía pagar a otros. Siempre sabía quién necesitaba uno o dos favores.
—Hacía que se ayudaran unos a otros —dijo—. Hacía que se ayudaran ellos mismos.
En el silencio que siguió, Tiffany escuchó que las aves cantaban junto al camino. Encontrabas muchas aves aquí, pero extrañaba el grito alto de los halcones.
La Srta. Level suspiró.
—No muchas de nosotras somos tan buenas —dijo—. Si yo fuera tan buena, no estaríamos yendo a visitar al viejo Sr. Weavall otra vez.
Tiffany dijo ‘Oh cielos’ por dentro.
La mayoría de los días incluía una visita al Sr. Weavall. Tiffany las temía.
La piel del Sr. Weavall era delgada como papel y amarillenta. Estaba siempre en el mismo viejo sillón, en una diminuta habitación en una pequeña cabaña que olía a papas viejas y que estaba rodeada por un jardín más o menos abandonado. Estaría sentado muy derecho, las manos sobre dos bastones, con un traje brillante con los años, mirando hacia la puerta.
—Me aseguro que tenga algo caliente todos los días, aunque come como un ave —había dicho la Srta. Level—. Y la vieja viuda Tussy camino abajo le hace el lavado. Tiene noventa y uno, sabes.
El Sr. Weavall tenía los ojos muy brillantes y las conversaba mientras ordenaban la habitación. La primera vez que Tiffany lo visitó la había llamado Mary. A veces todavía lo hacía. Y había agarrado su muñeca con sorprendente fuerza cuando pasó caminando… Había sido un verdadero impacto, esa garra que la agarraba de repente. Podías ver las venas azules bajo la piel.
—No seré una carga para nadie —había dicho urgentemente—. Tengo dinero guardado para cuando me muera. Mi hijo Toby no tendrá nada de qué preocuparse. ¡Puedo pagar mi parte! Quiero un apropiado funeral, ¿correcto? Con caballos negros y plumas y sordinas, y un té de cuchillo y tenedor para todos después. Lo he escrito todo, claramente. Revisa en mi caja para asegurarte, ¿quieres? ¡Esa mujer bruja siempre está rondando por aquí!
Tiffany lanzó una mirada desesperada a la Srta. Level. Ella asintió, y señaló una vieja caja de madera metida bajo la silla del Sr. Weavall.
Resultó estar llena de monedas, principalmente de cobre, pero había algunas de plata. Parecía una fortuna, y por un momento deseó tener tanto dinero.
—Hay muchas monedas aquí, Sr. Weavall —dijo.
El Sr. Weavall se relajó.
—Ah, está bien —dijo—. Entonces no seré una carga.
Hoy, el Sr. Weavall estaba dormido cuando llamaron, roncando con la boca abierta y mostrando sus dientes marrones. Pero despertó en un instante, las miró fijo y luego dijo:
—Mi hijo Toby vendrá a verme el sábado.
—Eso es bueno, Sr. Weavall —dijo la Srta. Level, ahuecando sus almohadones—. Pondremos el lugar bonito y ordenado.
—Lo ha hecho muy bien para sí mismo, sabe —dijo el Sr. Weavall, con orgullo—. Tiene un empleo allá, sin levantar cosas pesadas. Dijo que verá si estoy bien en mi vejez, pero le dije, le dije que pagaría mi parte cuando me vaya… toda la cosa, ¡la sal y la tierra y dos peniques para el hombre del trasbordador, también!
Hoy, la Srta. Level lo afeitó. Las manos del hombre temblaban demasiado para hacerlo él mismo. (Ayer, le cortó las uñas de los pies, porque no podía alcanzarlos; no era un deporte seguro para los espectadores, especialmente cuando una hizo añicos un vidrio.)
—Está todo en una caja bajo mi silla —dijo mientras Tiffany nerviosa le secaba las últimas partes de espuma—. Sólo controla por mí, ¿quieres, Mary?
Oh, sí. Ésa era la ceremonia, todos los días.
Estaba la caja, y estaba el dinero. Lo pedía cada vez. Siempre había la misma cantidad de dinero.
—¿Dos peniques para el hombre del trasbordador? —dijo Tiffany, mientras volvían a casa.
—El Sr. Weavall recuerda todas las viejas tradiciones de funeral —dijo la Srta. Level—. Algunas personas creen que cuando te mueres cruzas el Río de Muerte y tienes que pagarle al hombre del trasbordador. Las personas no parecen preocuparse por eso estos días. Quizás haya un puente ahora.
—Siempre está hablando acerca de… su funeral.
—Bien, es importante para él. A veces los ancianos son así. Odiarían que las personas piensen que eran demasiado pobres para pagar su propio funeral. El Sr. Weavall moriría de vergüenza si no pudiera pagar su propio funeral.
—Es muy triste, estar completamente solo. Algo debería hacerse por él —dijo Tiffany.
—Sí. Lo estamos haciendo —dijo la Srta. Level—. Y la Sra. Tussy mantiene una mirada amigable sobre él.
—Sí, pero no deberíamos ser nosotras, ¿verdad?
—¿Quién debería ser? —dijo la Srta. Level.
—Bien, ¿y qué me dice de este hijo del que siempre está hablando? —dijo Tiffany.
—¿El joven Toby? Ha muerto hace quince años. Y Mary era la hija del anciano, murió bastante joven. El Sr. Weavall es muy miope, pero ve mejor en el pasado.
Tiffany no supo qué responder excepto:
—No debería ser así.
—No hay una manera en que las cosas deberían ser. Sólo hay lo que ocurre, y lo que hacemos.
—Bien, ¿no podría ayudarlo con magia?
—Me aseguro que no sufra dolor, sí —dijo la Srta. Level.
—Pero sólo son hierbas.
—Todavía son mágicas. Saber cosas es mágico, si otras personas no las saben.
—Sí, pero usted sabe qué quiero decir —dijo Tiffany, que sentía que estaba perdiendo esta discusión.
—Oh, ¿quieres decir hacerlo joven otra vez? —dijo la Srta. Level—. ¿Llenar su casa con oro? No es lo que hacen las brujas.
—¿Nos aseguramos que los ancianos solitarios tengan una cena caliente y las uñas de los pies cortadas? —dijo Tiffany, sólo un poquito sarcásticamente.
—Bien, sí —dijo la Srta. Level—. Hacemos lo que puede hacerse. La Señorita Ceravieja dijo que tenías que aprender que la brujería se trata principalmente de hacer cosas muy corrientes.
—¿Y usted tiene que hacer lo que ella dice? —dijo Tiffany.
—Escucho su consejo —dijo la Srta. Level, fríamente.
—La Señorita Ceravieja es la bruja-jefe, entonces, ¿verdad?
—¡Oh no! —dijo la Srta. Level, y se veía impactada—. Las brujas somos todas iguales. No tenemos nada como brujas-jefes. Eso está totalmente contra el espíritu de la brujería.
—Oh, ya veo —dijo Tiffany.
—Además —añadió la Srta. Level—, la Señorita Ceravieja nunca permitiría ese tipo de cosas.